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lunes, 26 de noviembre de 2012

Leyendo el Quijote. 1ª parte. Capítulo 45.

Capítulo cuadragésimo quinto:  Donde se acaba de averiguar la duda del yelmo de Mambrino y de la albarda, y otras aventuras sucedidas, con toda verdad .
 
Veíamos en el capítulo precedente cómo las versiones sobre la bacía o yelmo de Mambrino ("baciyelmo" lo llama Sancho, muy acertadamente) eran bien distintas según las dieran nuestros protagonistas o su anterior propietario.
 
Esa diferencia obliga a los allí presentes a dar su opinión, y no desaprovecha el barbero la ocasión para reírse del hecho y, de paso, ganarse un poco más la confianza de Don Quijote, al que, como sabemos, querían hacer retornar a su casa. El caso es que comenta: Y así, y tras apoyar
 
-Señor barbero, o quien sois, sabed que yo también soy de vuestro oficio, y tengo más ha de veinte años carta de examen, y conozco muy bien de todos los instrumentos de la barbería, sin que le falte uno; y ni más ni menos fui un tiempo en mi mocedad soldado, y sé también qué es yelmo, y qué es morrión, y celada de encaje, y otras cosas tocantes a la milicia, digo, a los géneros de armas de los soldados; y digo, salvo mejor parecer, remitiéndome siempre al mejor entendimiento, que esta pieza que está aquí delante y que este buen señor tiene en las manos no sólo no es bacía de barbero, pero está tan lejos de serlo como está lejos lo blanco de lo negro y la verdad de la mentira; también digo que éste, aunque es yelmo, no es yelmo entero.
-No, por cierto -dijo don Quijote-, porque le falta la mitad (...)
 
Y así, y tras apoyar dichas palabras todos los que estaban en el complot (cura, Cardenio, ...) y las conclusiones a las que llega Don Quijote sobre los extraordinarios  sucesos que ocurren en ese castillo, dejan al pobre barbero en un estado de confusión tal que ya no sabe si es él quien no rige o se ha encontrado entre un grupo de personas que consideraba respetables y son a cual más loco.
 
Para aquellos que la tenían del humor de don Quijote era todo esto materia de grandísima risa; pero para los que le ignoraban les parecía el mayor disparate del mundo, especialmente a los cuatro criados de don Luis, y a don Luis ni más ni menos, y a otros tres pasajeros que acaso habían llegado a la venta, que tenían parecer de ser cuadrilleros, como, en efeto, lo eran. Pero el que más se desesperaba era el barbero, (...)
 
Estos que no entendían nada no pueden evitar el intentar mediar en lo que allí se discutía y, naturalmente, lo único que consiguen es liar aún más la insensata situación, aumentando las risas de los que sabían de la locura "quijoteril" y desconcertándoles aún más la airada reacción de nuestro caballero. ¡Vaya que si se lió!:
 
El barbero aporreaba a Sancho; Sancho molía al barbero; don Luis, a quien un criado suyo se atrevió a asirle del brazo porque no se fuese, le dio una puñada, que le bañó los dientes en sangre; el oidor le defendía; don Fernando tenía debajo de sus pies a un cuadrillero, midiéndole el cuerno con ellos muy a su sabor; el ventero tomó a reforzar la voz, pidiendo favor a la Santa Hermandad; de modo que toda la venta era llantos, voces, gritos, confusiones, temores, sobresaltos, desgracias, cuchilladas, mojicones, palos, coces y efusión de sangre. Y en mitad deste caos, máquina y laberinto de cosas, se le representó en la memoria a don Quijote que se veía metido de hoz y de coz en la discordia del campo de Agramante, y así dijo, con voz que atronaba la venta:
-Ténganse todos; todos envainen; todos se sosieguen; óiganme todos, si todos quieren quedar con vida.
 
En fin el más loco de todos fue el que vino a traer la paz y la cosas se apaciguaron, volviendo las aguas a su cauce. Pero no era cuestión de desaprovechar la ocasión, por lo que deciden presentar a Don Quijote a la Santa Hermandad, una excusa como otra cualquiera para terminar ya de devolverle a su casa, atado y encantado por una razón suficientemente fuerte para nuestro protagonista, que a pesar de todo aún exclama, indignado:
 
(...) decidme: ¿Quién fue el ignorante que firmó mandamiento de prisión contra un tal caballero como yo soy? ¿Quién el que ignoró que son exentos de todo judicial fuero los caballeros andantes, y que su ley es su espada, sus fueros sus bríos, sus premáticas su voluntad? ¿Quién fue el mentecato, vuelvo a decir, que no sabe que no hay ejecutoria de hidalgo con tantas preeminencias ni exenciones como la que adquiere un caballero andante el día que se arma caballero y se entrega al duro ejercicio de la caballería? ¿Qué caballero andante pagó pecho, alcabala, chapín de la reina, moneda forera, portazgo ni barca? ¿Qué sastre le llevó hechura de vestido que le hiciese? ¿Qué castellano le acogió en su castillo que le hiciese pagar el escote? ¿Qué rey no le asentó a su mesa? ¿Qué doncella no se le aficionó y se le entregó rendida, a todo su talante y voluntad? Y, finalmente, ¿qué caballero andante ha habido, hay ni habrá en el mundo, que no tenga bríos para dar él solo cuatrocientos palos a cuatrocientos cuadrilleros que se le pongan delante?
 
¡Seguimos!
 
 
 
 
 

viernes, 9 de noviembre de 2012

Leyendo El Quijote. 1ª parte. Capítulo 44.

Capítulo cuadragésimo cuarto:
Donde se prosiguen los inauditos sucesos de la venta
 
No era Don Quijote de los que se rinden, así que a grandes voces consiguió llamar la atención de los de la posada, no sin antes dar tiempo a la Maritornes de desatar el estribo para que no quedaran restos de su "trastada". El caso es que cuando acudieron y vieron de tal guisa a nuestro caballero, una vez que le hubieron desatado, comprobaron una vez más los que le conocían el grado de locura de nuestro caballero e informaron de ella a los recién llegados.
 
Estos caballeros venían en busca del enamorado de Doña Clara, del que, disfrazado de caballerizo, ya supimos por ella misma y por la prodigiosa voz que todos pudieron escuchar.
 
En fin, que aunque el ventero no supo dar noticias ciertas, los demás sí indicaron que dicho caballerizo podía ser el que buscaban, y se enzarzaron los cuatro caballeros con don Luis, que este era su nombre, al que encontraron dormido junto a un mozo de mulas, para llevarle, de grado o por fuerza, junto a su padre...
 
Ya a esta sazón habían acudido a la porfía todos los más que en la venta estaban, especialmente Cardenio, don Fernando, sus camaradas, el oidor, el cura, el barbero y don Quijote, que ya le pareció que no había necesidad de guardar más el castillo. Cardenio, como ya sabia la historia del mozo, preguntó a los que llevarle querían que qué les movía a querer llevar contra su voluntad a aquel muchacho.
-Muévenos -respondió uno de los cuatro- dar la vida a su padre, que por la ausencia deste caballero queda a peligro de perderla.
A esto dijo don Luis:
-No hay para qué se dé cuenta aquí de mis cosas; yo soy libre, y volveré si me diere gusto, y si no, ninguno de vosotros me ha de hacer fuerza.
 
Entretanto, quisieron aprovecharse del jaleo dos huéspedes para irse sin pagar, pero no era el ventero de los que descuidan sus intereses, por lo que desembocó la trifulca en una pelea tal que pidieron ayuda a D. Quijote. Contestó éste que, según las leyes de caballería, no podía meterse en nueva empresa si ya estaba comprometido en una (como le pasaba a él con la princesa Micomicona) y que, sin embargo, podría ayudarle si le daban permiso. Consiguió la autorización de Dorotea, como es lógico, pero había otro problema: no podía un caballero inmiscuirse en peleas "escuderiles", así que no había otra: sería Sancho el que debería ocuparse de ello.
 
Deja el autor el asunto de la pelea para volver a ocuparse de don Luis, a quien el padre de doña Clara ya había reconocido como el hijo de su vecino. Y con esta confianza, se relata:
 
-Señor mío, yo no sé deciros otra cosa sino que desde el punto que quiso el cielo y facilitó nuestra vecindad que yo viese a mi señora doña Clara, hija vuestra y señora mía, desde aquel instante la hice dueña de mi voluntad; y si la vuestra, verdadero señor y padre mío, no lo impide, en este mesmo día ha de ser mi esposa. Por ella dejé la casa de mi padre, y por ella me puse en este traje, para seguirla dondequiera que fuese, como la saeta al blanco, o como el marinero al norte. Ella no sabe de mis deseos más de lo que ha podido entender de algunas veces que desde lejos ha visto llorar mis ojos. Ya, señor, sabéis la riqueza y la nobleza de mis padres, y cómo yo soy el único heredero; si os parece que éstas son partes para que os aventuréis a hacerme en todo venturoso, recebidme luego por vuestro hijo;
 
No era fácil tomar una decisión tan comprometida sin pensarlo detenidamente, así que decidieron esperar. Pero el diablo no puede estar ocioso (o la novela sin acontecimientos), así que, cuando el ventero consiguió que se le pagase y estaban los demás huéspedes esperando el final del suceso entre don Luis y su vecino:
 
 el demonio, que no duerme, ordenó que en aquel mesmo punto entró en la venta el barbero a quien don Quijote quitó el yelmo de Mambrino, y Sancho Panza los aparejos del asno que trocó con los del suyo; el cual barbero, llevando su jumento a la caballeriza, vio a Sancho Panza que estaba aderezando no sé qué de la albarda, y así como la vio la conoció, y se atrevió a arremeter a Sancho,
 
 
 
Uno porfiaba en que le devolviesen lo suyo; los otros (don Quijote y Sancho) aclaraban que había sido ganado "en buena lid" y que bacía o yelmo ("baciyelmo" lo llama Sancho, para abreviar) había sido de muy buen provecho para don Quijote, pues le había librado de buenas pedradas.
 
Y así nos deja el autor en espera del nuevo capítulo.
 
¡Seguimos!

miércoles, 17 de octubre de 2012

Leyendo el Quijote. 1ª parte. Capítulo 43. El mozo de mulas y burla de la Maritornes.

Capítulo cuadragésimo tercero:

Donde se cuenta la agradable historia del mozo de mulas, con otros extraños acaecimientos en la venta sucedidos
 
Habíamos dejado a nuestros protagonistas y amigos escuchando una dulce voz que cantaba en las caballerizas. A todos llamó la atención por lo agradable que era. Tanto, que Dorotea no duda en llamar a una dormida Clara que, al despertar y oir la mencionada voz, lamenta más que celebra el que Dorotea la haya animado a oirla. ¿Por qué? ¡Oh, casualidad! Resulta que quien así cantaba, lejos de ser el mozo de mulas que todos creían, era un personaje principal que andaba en amores con ella (Clara)
 
-Este que canta, señora mía, es un hijo de un caballero natural del reino de Aragón, señor de dos lugares, el cual vivía frontero de la casa de mi padre en la corte; y aunque mi padre tenía las ventanas de su casa con lienzos en el invierno y celosías en el verano, yo no se lo que fue, ni lo que no, que este caballero, que andaba al estudio, me vio, ni sé si en la iglesia o en otra parte. Finalmente, él se enamoró de mi, y me lo dio a entender desde las ventanas de su casa con tantas señas y con tantas lágrimas, que yo le hube de creer, y aun querer, sin saber lo que me quería. Entre las señas que me hacia era una de juntarse la una mano con la otra, dándome a entender que se casaría conmigo; 

 Pero sucedía que consideraba imposible que estos amores pudieran llegar a buen fin porque...

-¡Ay, señora! -dijo doña Clara-, ¿qué fin se puede esperar, si su padre es tan principal y tan rico, que le parecerá que aun yo no puedo ser criada de su hijo, cuanto más su esposa? Pues casarme yo a hurto de mi padre, no lo haré por cuanto hay en el mundo. No querría sino que este mozo se volviese y me dejase; quizá con no velle y con la gran distancia del camino que llevamos se me aliviaría la pena que ahora llevo; aunque sé decir que este remedio que me imagino me ha de aprovechar bien poco. No sé qué diablos ha sido esto, ni por dónde se ha entrado teste amor que le tengo, siendo yo tan muchacha y él tan muchacho, que en verdad que creo que somos de una edad mesma, y que yo no tengo cumplidos diez y seis años; que para el día de San Miguel que vendrá dice mi padre que los cumplo.

El caso es que Dorotea no parecía dar mucha importancia a los obstáculos que Clara veía y le aconsejó que siguiera descansando y esperara la llegada del nuevo día.

Quienes no descansaban, queriendo vengarse de los líos que Don Quijote había provocado en la Venta en su visita anterior, eran la Maritornes y la hija de los venteros: Idearon una estratagema para burlarse de él y reírse a su costa, y así, mientras don Quijote en la caballeriza, subido en Rocinante y apoyado en su lanzón, parloteaba solo, según su costumbre, dirigiendo sus pensamientos a la "sin par Dulcinea", le llamaron desde un hueco que había en el pajar...

y luego en el instante se le representó en su loca imaginación que otra vez, como la pasada, la doncella fermosa, hija de la señora de aquel castillo, vencida de su amor, tornaba a solicitarle; y con este pensamiento, por no mostrarse descortés y desagradecido, volvió las riendas a Rocinante y se llegó al agujero, y así como vio a las dos mozas, dijo:

-Lástima os tengo, fermosa señora, de que hayades puesto vuestras amorosas mientes en parte donde no es posible corresponderos conforme merece vuestro gran valor y gentileza; de lo que no debéis dar culpa a este miserable andante caballero, a quien tiene Amor imposibilitado de poder entregar su voluntad a otra que aquella que, en el punto que sus ojos la vieron, la hizo señora absoluta de su alma. Perdonadme, buena señora, y recogeos en vuestro aposento, y no queráis con significarme más vuestros deseos que yo me muestre más desagradecido; y si del amor que me tenéis halláis en mí otra cosa con que satisfaceros que el mismo amor no sea, pedídmela; que yo os juro por aquella ausente enemiga dulce mía de dárosla en continente,

Le convence la Maritornes de que le ofrezca la mano, mientras tenía preparado el cabestro en el que estaba atado el asno de Sancho. No dudó Don Quijote en hacer lo que le pedían, pues era norma de caballero -y así lo había prometido- el acceder a lo que una dama le solicitase. Así pues, subido de pie sobre Rocinante para así llegar mejor al que él suponía ventanuco del palacio, Maritornes le ató, sujetando el arnés a la puerta, de manera que nuestro caballero quedó inmovilizado y así tuvo que permanecer toda la noche, con gran cuidado de que Rocinante no se moviera, o le partiría la mano. Y al verse de ese modo:

 
allí fue el maldecir de su fortuna; allí fue el exagerar la falta que haría en el mundo su presencia el tiempo que allí estuviese encantado, que sin duda alguna se había creído que lo estaba; allí el acordarse de nuevo de su querida Dulcinea del Toboso; allí fue el llamar a su buen escudero Sancho Panza, que, sepultado en sueño y tendido sobre el albarda de su jumento, no se acordaba en aquel instante de la madre que lo había parido; allí llamó a los sabios Lirgandeo y Alquife, que le ayudasen; allí invocó a su buena amiga Urganda, que le socorriese, y, finalmente, allí le tomó la mañana, tan desesperado y confuso, que bramaba como un toro; porque no esperaba él que con el día se remediaría su cuita, porque la tenía por eterna, teniéndose por encantado.

En eso, poco antes del amanecer, llegaron cuatro hombres de a caballo... Y ¡ya conocemos a Don Quijote!: en lugar de solicitar su ayuda, se entretuvo en sus usuales circunloquios. En fin, es gracioso leer los diálogos entre ellos y cómo consiguió nuestro protagonista lo contrario de lo que necesitaba y justo lo que de éste y de su locura podíamos esperar...
 
¡Seguimos!

miércoles, 3 de octubre de 2012

Leyendo el Quijote. 1ª parte. Cap. 42.

Capítulo cuadragésimo segundo:
Que trata de lo que más sucedió en la venta y de otras muchas cosas dignas de saberse

Acabó de contar su historia el cautivo y quedaron todos encantados con ella, ofreciéndoles su ayuda y la posibilidad de encontrar padrino de bautizo para Zoraida, mas el cautivo rechazó esos ofrecimientos por no molestarles, aun agradeciéndolos en lo que valían.

Llegaba la noche, y ya se preparaban para recogerse cuando llega un carruaje en el que viajaba un oidor (Especie de juez: Ministro togado que en las audiencias del reino oía y sentenciaba las causas y pleitos). La Venta estaba llena y así se lo hace saber la posadera, pero dada la importancia del personaje, deciden ceder su propia habitación.

Un inciso: lo curioso es que dice la ventera
-Señor, lo que en ello hay es que no tengo camas; si es que su merced del señor oidor la trae, que sí debe de traer, entre en buen hora; que yo y mi marido nos saldremos de nuestro aposento, por acomodar a su merced.
lo que parece indicar que, como excursionistas de hoy en día, era normal llevar consigo su propia cama para asegurarse el dormir con más comodidad cuando se ponían en viaje. Lo más lógico es suponer que no se trataría del mueble en sí, sino de alguna angarilla o catre facilmente desmontable.
 
El caso es que queda acordado el hacerlo de ese modo y el oidor desciende del carruaje acompañado de una bella joven (¿os dáis cuenta que ninguna mujer de alcurnia es descrita como fea?)
una doncella, al parecer de hasta diez y seis años, vestida de camino, tan bizarra, tan hermosa y tan gallarda, que a todos puso en admiración su vista; de suerte, que a no haber visto a Dorotea, y a Luscinda y Zoraida, que en la venta estaban, creyeran que otra tal hermosura como la desta doncella difícilmente pudiera hallarse.
 
¡Qué casualidad... cómo se enredan las cosas!  Resulta que el oidor es el hermano del cautivo, a quien no reconoce, y surge el problema del orgullo: ¿cómo presentarse, pobre y sin recursos,  ante quien parece gozar de una próspera fortuna y mejor situación? Consulta con su ya amigos y el cura se ofrece a ayudarle.
 
Mientras están cenando, el cura prepara el camino:
 
-Del mesmo nombre de vuestra merced, señor oidor, tuve yo una camarada en Constantinopla, donde estuve cautivo algunos años; la cual camarada era uno de los valientes soldados y capitanes que había en toda la infantería española; pero tanto cuanto tenía de esforzado y valeroso tenía de desdichado.
 
Esto sirve de introducción para contar la historia del cautivo y, como es normal, el hermano se compadece del hermano y tras diversos conciliábulos, todo concluye en el natural abrazo.
 
Una nueva anécdota (una melodiosa voz que oyen) servirá de preámbulo para captar nuestra atención hacia el siguiente capítulo.
 
¡Seguimos!

viernes, 28 de septiembre de 2012

Leyendo el Quijote. 1ª parte. Capítulo 41.


Capítulo 41:
 Donde todavía prosigue el cautivo su suceso
 
 
Este capítulo es la continuación de la "novelita" en la que Cervantes aprovecha para darnos a conocer cómo era la vida en Argel, la relación padre-hija, las complicaciones que suponía el cambio de religión... intercalado con las peripecias del viaje de huída hacia los reinos cristianos... Cómo son ayudados por un bajel corsario, cómo llegan a Vélez Málaga y cómo el afán de Zoraida de hacerse cristiana les llevó hasta la Venta.

No es una de las mejores historias que en nuestra obra se recogen, pero sí puede ser entretenida y fácil de leer...

¡Seguimos!



martes, 25 de septiembre de 2012

Leyendo el Quijote. 1ª parte. Cap. 40


Capítulo cuadragésimo:
Donde se prosigue la historia del cautivo

Como ya hemos indicado en anteriores ocasiones, no es la poesía el "fuerte" de nuestro sin par autor y aquí vuelve a demostrarlo con estos dos sonetos atribuídos al hermano de don Fernando. ¿Qué opináis del desastroso cambio del verbo para conseguir la rima? (almas dichosas... obrastes).

Se ve que la poesía era una "espinita" para Cervantes, eminente prosista pero menguado poeta. En fin, tras este lapsus metido con calzador en la narración que bien se le puede perdonar, prosigue nuestro autor con las venturas y desventuras del cautivo.



Como ya comenté, la experiencia de Cervantes como cautivo en Argel iba a servir de base a este capítulo, y así es: pronto nuestro cautivo es trasladado allí y, con las concesiones propias al género literario, ya que no es una biografía, Cervantes retrata las penurias que como cautivo debió sufrir él mismo.

De nuevo se mantiene la atención del lector al intercalar esa narración con las peripecias que llevaron al cautivo a conocer a la dama morisca que lo acompañaba, gracias a un manuscrito que...

Pero mejor lo leeis, ¿verdad? :)

No acaba aquí todavía la historia, así que solo queda esperar al próximo capítulo.

¡Seguimos!

viernes, 21 de septiembre de 2012

Leyendo el Quijote. 1ª parte. Capítulo 39




Capítulo trigésimo noveno:
Donde el cautivo cuenta su vida y sucesos
 
Comienza el cautivo por el principio, es decir, hablando de su lugar de origen (León) y de su familia.
 
Sucedió que el padre, dado que era rico pero derrochador, reunió a sus tres hijos para comunicarles que repartiría su herencia en vida con la condición de que cada uno siguiera sus consejos en cuanto a qué profesión elegir... y aquí Cervantes nos da una lección histórica sobre los oficios rentables en la época:
 
Hay un refrán en nuestra España, a mi parecer, muy verdadero, como todos lo son, por ser sentencias breves sacadas de la luenga y discreta experiencia; y el que yo digo dice: «Iglesia, o mar, o casa real», como si más claramente dijera: «Quien quisiere valer y ser rico, siga, o la Iglesia, o navegue, ejercitando el arte de la mercancía, o entre a servir a los reyes en sus casas»; porque dicen: «Más vale migaja de rey que merced de señor»
 
No hacen estas palabras sino constatar lo que la historia nos muestra a menudo: los hijos de los nobles (tuvieran vocación o no) iban ocupando cargos según el orden de nacimiento; y así, el primero heredaba el cargo paterno, el segundo ocupaba un cargo en la iglesia y el tercero, mercader. Los restantes ya iban siendo "colocados" según el prestigio e influencia de la familia.
 
Bien, parece ser que en este caso cada uno pudo elegir su opción, y nuestro actual protagonista decidió encaminarse a Génova para seguir la carrera de las armas. 
 
 
Va narrando distintas peripecias, muy interesantes para quien le guste saber de batallas navales en las que participó la armada española de aquel entonces y concluye con su prendimiento., convirtiéndose en cautivo de los turcos, dándose la coincidencia de que allí conoce al hermano de don Fernando, don Pedro de Aguilar. Con las nuevas de dicho alférez recordado por dos sonetos que escribió, y con la promesa de oirlos recitados, nos espera el siguiente capítulo.
 
¡Seguimos!

jueves, 20 de septiembre de 2012

Leyendo el Quijote. 1ª parte. Capítulo 38.

Capítulo trigésimoctavo:
Que trata del curioso discurso que hizo don Quijote de las armas y las letras

Como ya sabremos, Cervantes fue apodado como "el manco de Lepanto" por haber resultado herido y quedarle inutilizada la mano en esa batalla (7 de octubre de 1571). Se lee en las crónicas:

Cuando se reconosció el armada del Turco, en la dicha batalla naval, el dicho Miguel de Cervantes estaba malo y con calentura, y el dicho capitán... y otros muchos amigos suyos le dijeron que, pues estaba enfermo y con calentura, que estuviese quedo abajo en la cámara de la galera; y el dicho Miguel de Cervantes respondió que qué dirían de él, y que no hacía lo que debía, y que más quería morir peleando por Dios y por su rey, que no meterse so cubierta, y que con su salud... Y peleó como valiente soldado con los dichos turcos en la dicha batalla en el lugar del esquife, como su capitán lo mandó y le dio orden, con otros soldados. Y acabada la batalla, como el señor don Juan supo y entendió cuán bien lo había hecho y peleado el dicho Miguel de Cervantes, le acrescentó y le dio cuatro ducados más de su paga... De la dicha batalla naval salió herido de dos arcabuzazos en el pecho y en una mano, de que quedó estropeado de la dicha mano.

Y hago esta introducción, como quizás ya os figuraréis, para señalar que -como soldado y como escritor- tiene nuestro autor experiencia y saber suficientes para hablar de estos dos temas -las armas y las letras- con toda autoridad.

Tan bien lo hace que este discurso (1) por sí mismo ya ha merecido destacar en esta ya insigne obra como la joya literaria que es. Pues en él hace repaso a las características del soldado y el escritor con detalle y acierto.

Difícil es resumirlo, sabiendo el tema, por lo que os invito a leerlo con atención, sin que olvidemos que la figura del "soldado-escritor" también existe en personajes como nuestro sin par Garcilaso de la Vega.

En conclusión podríamos decir que no son incompatibles las armas y las letras a pesar de que las unas supongan crueldad y coraje mientras las otras rezuman sensibilidad y paciencia... Lo dicho: mejor lo leéis y así podréis sacar vuestras propias conclusiones.


Por destacar un párrafo de entre los demás, y como muestra, señalo éste:

Y es razón averiguada que aquello que más cuesta se estima y debe de estimar en más. Alcanzar alguno a ser eminente en letras le cuesta tiempo, vigilias, hambre, desnudez, vaguidos de cabeza, indigestiones de estómago, y otras cosas a éstas adherentes, que, en parte, ya las tengo referidas; mas llegar uno por sus términos a ser buen soldado le cuesta todo lo que al estudiante en tanto mayor grado, que no tiene comparación, porque a cada paso está a pique de perder la vida.

Terminado el discurso, toca al cautivo que llegó acompañado por la morisca, contar su historia... sin duda interesante porque algo tendrá de lo que el propio Cervantes pasó, habiendo sido él mismo cautivo en Argel.

¡Seguimos!

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Leyendo el "Quijote". 1ª parte. Capítulo 37. Fernando y Luscinda

Capítulo trigesimoséptimo: 
Donde se prosigue la historia de la famosa infanta Micomicona, con otras graciosas aventuras

Como veíamos, llegan a la Venta personajes muy importantes para la continuación y desenlace de las dos aventuras con las que nuestros protagonistas se encontraron en Sierra Morena. Y es que los recién llegados son precisamente quienes motivaron que tanto Cardenio como Dorotea (capítulo 29) decidieran aislarse y "perderse" por dicha sierra.

Si repasamos los capítulos 24 y 28 podremos recordar lo que ellos mismos contaron.

El caso es que quienes llegaron eran Fernando y Luscinda, que con su escapada habían destrozado los corazones de quienes ahora ayudaban al barbero y al cura a conseguir el regreso a casa de Don Quijote.

Al parecer, y tras los sustos de rigor, todo sirvió para "volver las aguas a su cauce" y deciden mantener en el engaño a Don Quijote hasta verle recogido en su casa nuevamente.

Pero Sancho andaba "como alma que lleva el diablo" viendo que se iban al traste todas sus esperanzas de verse algún día como gobernador de la ínsula tan largo tiempo prometida. Así intenta hacérselo ver a su amo: nada de gigante con cabeza cortada... nada de princesa Micomicona...

Al pobre hombre los desengaños le tenían apesadumbrado y mohíno y aún era peor por el hecho de que cuanto más se empeñaba él en hacerle ver la verdad a su amo, más se preocupaban los demás en mantenerle en el engaño hasta el punto de llegar a tildarle de mentiroso y causar así la ira de su señor.



El caso es que a todos los efectos Dorotea siguió siendo la princesa Micomicona y el engaño siguió adelante, ahora con la colaboración de los recién llegados.

Pero esta complicación no parece suficiente a nuestro autor, ya que lo complica aún más con la llegada de dos nuevos personajes:

pero a todo puso silencio un pasajero que en aquella sazón entró en la venta, el cual en su traje mostraba ser cristiano recién venido de tierra de moros, porque venia vestido con una casaca de paño azul, corta de faldas, con medias mangas y sin cuello; los calzones eran asimismo de lienzo azul, con bonete de la misma color; traía unos borceguíes datilados y un alfanje morisco, puesto en un tahelí que le atravesaba el pecho. Entró luego tras él, encima de un jumento, una mujer a la morisca vestida, cubierto el rostro, con una toca en la cabeza; traía un bonetillo de brocado, y vestida una almalafa, que desde los hombros a los pies la cubría.

Y nos encontramos con un nuevo ingrediente que da todavía más interés a nuestra historia. Sin embargo, no es lo más importante en este capítulo, ya que todo queda aplazado debido al impresionante discurso que "sobre las armas y las letras" hace Don Quijote. Tan importante, que merece un nuevo capítulo.

¡Seguimos!



jueves, 13 de septiembre de 2012

Leyendo el Quijote. 1ª parte. Capítulo 36.

 Como decíamos, ya con los ánimos apaciguados, el ventero se asoma a la puerta de la posada y anuncia la llegada de gente:

-Cuatro hombres -respondió el ventero- vienen a caballo, a la jineta, con lanzas y adargas, y todos con antifaces negros; y junto con ellos viene una mujer vestida de blanco, en un sillón, ansimesmo cubierto el rostro, y otros dos mozos de a pie.

Quedaron intrigados unos a la espera de conocer nuevas de esas personas que parecían de tan noble linaje, y contento el posadero por la llegada de nuevos huéspedes.

Como siempre, no desaprovecha Cervantes el fin de una historia para pasar a la siguiente, y esta vez no iba a ser menos. Pero la historia que ahora se nos ofrece enlaza con la de dos de los personajes que ya conocemos: Dorotea y Cardenio, puesto que los recién llegados son los causantes de las desgracias que ya nos relataron. A pesar de hallarse todos embozados (tapados) para no ser reconocidos...

(...) había conocido en el suspiro a Cardenio, y él la había conocido a ella. Oyó asimesmo Cardenio el ¡ay! que dio Dorotea cuando se cayó desmayada, y, creyendo que era su Luscinda, salió del aposento despavorido, y lo primero que vio fue a don Fernando, que tenía abrazado a Luscinda. También don Fernando conoció luego a Cardenio; y todos tres, Luscinda, Cardenio y Dorotea, quedaron mudos y suspensos, casi sin saber lo que les había acontecido.



En fin, la cosa se complica, y para aquellos de vosotros que os enganchen estas historias de enredo, sin duda será una agradable lectura que, naturalmente, no pienso "destripar" :)

Hay muchas explicaciones que darse entre ellos, por lo que un capítulo no es suficiente. Con estas palabras, el autor nos promete nuevas e interesantes razones...

Dijo que así como Luscinda se vio en su poder, perdió todos los sentidos; y que después de vuelta en si, no había hecho otra cosa sino llorar y suspirar, sin hablar palabra alguna; y que así, acompañados de silencio y de lágrimas, habían llegado a aquella venta, que para él era haber llegado al cielo, donde se rematan y tienen fin todas las desventuras de la tierra.

¡Seguimos!

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Leyendo el "Quijote".1ª parte. Capítulo 35


Capítulo trigésimo quinto


Que trata de la brava y descomunal batalla que Don Quijote tuvo con cueros de vino, y se da fin a la novela del curioso impertinente

 Seguían los acompañantes de Don Quijote en la planta baja de la Venta, cuando Sancho baja todo alterado, avisándoles de que su amo anda envuelto en la más reñida y trabada batalla que mis ojos han visto. Vive Dios, que ha dado una cuchillada al gigante enemigo de la señora princesa Micomicona, que le ha tajado la cabeza cercén a cercén como si fuera un nabo.

Mientras que unas veces, como sabemos, Sancho se muestra como un hombre zafio, sí, ignorante, también, pero reposado y certero en sus razonamientos y actos, otras parece dejarse llevar por las locuras del caballero al que sirve; y ésta es una de ellas. 

Todos se alteran, como es normal, y acuden, animados por las descripciones que Sancho hace del gran derramamiento de sangre y de una cabeza cortada rodando por ahí... lo que hace suponer al ventero, con toda razón, si Don Quijote o don diablo no ha dado alguna cuchillada en alguno de los cueros de vino tinto que a su cabecera estaban llenos, y el vino derramado debe de ser lo que le parece sangre a este buen hombre. 

Subieron a comprobarlo y se encontraron con nuestro protagonista, que Estaba en camisa, la cual no era tan cumplida que por delante le acabase de cubrir los muslos, y por detrás tenía seis dedos menos; las piernas eran muy largas y flacas, llenas de vello y no nada limpias; tenía en la cabeza un bonetillo colorado grasiento, que era del ventero; en el brazo izquierdo tenía revuelta la manta de la cama con quien tenía ojeriza Sancho, y en él se sabía bien el por qué; y en la derecha desenvainada la espada, con la cual daba cuchilladas ...

 

Y el caso es que ni él mismo era  consciente de lo que hacía, porque estaba dormido. Dicen que no es bueno despertar a los sonámbulos, pero tanta era la rabia que tenía el posadero que se lió a golpearle con toda la saña de que fue capaz. Ni aún así se despertó Don Quijote, que seguía dando espadazos a todas partes, hasta que el barbero trujo un gran caldero de agua fría del pozo, y se la echó por todo el cuerpo de golpe;

Y estaba peor Sancho despierto que su amo durmiendo, empeñado en encontrar la cabeza del gigante, tal le tenían las promesas que su amo le había hecho y temiendo que si no la hallaba, no tendría el premio que esperaba de la Princesa Micomicona. 

Mucho les costó a Cardenio, al barbero y al cura calmar a Don Quijote y volver a dejarle dormido, pero no acabó ahí la cosa, pues también tuvieron que emplearse en tranquilizar a Sancho (que se lamentaba de no haber encontrado la dichosa cabeza) y en aliviar el disgusto del ventero por el daño hecho a sus odres.

Volvió por fin la calma y pudieron continuar con la novela que tan interesados les tenía:

Sucedió que Anselmo oyó una noche ruido en la habitación de Leonela y tras vislumbrar la silueta de un hombre que huía por la ventana, consiguió que ella le prometiese contarle la verdad una vez que se hubiese calmado algo el disgusto que sentía por lo que había pasado.

Anselmo la dejó encerrada en su habitación, de la que no saldría hasta que le contase todo lo que fuese, y Camila, temiendo que todo quedaría al descubierto, huyó con lo principal de su ajuar a casa de Lotario a solicitar su ayuda.

Quedó Camila  protegida tras las paredes de un monasterio y el mismo Lotario salió de la ciudad sin decir a nadie a dónde iba... por lo que Anselmo, cuando quiso hablar con Leonela, se encontró con que ella había escapado usando unas sábanas anudadas, que Camila (ni sus principales joyas) tampoco estaba y con un Lotario desaparecido.

No fue eso todo, pues al regresar a su casa, hasta los criados la habían abandonado. Así que el curioso viéndose solo y consciente de lo que había pasado, se puso en marcha con la intención de averiguar dónde podrían estar los que, pensaba, así habían abusado de su confianza. Por el camino se encontró con un caballero que le contó que su caso estaba ya en boca de toda la ciudad y, abrumado, pidio refugio en casa de un amigo, al que le solicitó que le dejase material para escribir y le permitiera estar solo. Y escribiendo le sobrevino la muerte, y así le hallaron cuando le fueron a llamar. 

Decía en su escrito: "Un necio e impertinente deseo me quitó la vida. Si las nuevas de mi muerte llegaren a los oídos de Camila, sepa que yo la perdono porque no estaba ella obligada a hacer milagros, ni yo tenía necesidad de querer que ella los hiciese; y pues yo fui el fabricador de mi deshonra, no hay para qué..."

La conclusión de la historia no le parece mal al cura, aunque no acabase de creer que algo parecido pudiese suceder entre marido y mujer... y sin más conclusiones ni intervención del autor, concluye el capítulo.

¡Seguimos!

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Leyendo el "Quijote". 1ª parte. Capítulo 34.

Capítulo trigésimo cuarto

Donde se prosigue la novela del curioso impertinente

Nos quedamos intrigados ¿verdad?... Pues bien, decíamos que Camila, la pobre, sin tener ni idea del defecto del marido y de cómo la estaba poniendo a prueba, le habló directamente, comentándole que no le parecía bien estar sola en casa, por lo que Yo me hallo tan mal sin vos y tan imposibilitada de sufrir esta ausencia, que si presto no venís, me habré de ir a entretener en casa de mis padres.

Nuestro protagonista comprendió por esas palabras que Lotario había comenzado su acoso y contento con la reacción de su mujer, prometió que volvería pronto y le indicó que no hacía falta que se fuera. 

Como sabemos, en aquel entonces no podía la esposa atreverse a desobedecer al marido, por lo que casi se arrepintió de haberle escrito, por lo que pudiera llegar a pensar, y pensaba resistir callando a todo aquello que Lotario decirle quisiese, sin dar más cuenta a su marido, por no ponerle en alguna pendencia y trabajo.

El caso es que Lotario, como sabemos, ya se había encaprichado de ella, por lo que sin importarle la amistad (al final, la verdad es que se lo había ganado) siguió con sus afanes para conquistar a Camila hasta que lo consiguió.

Ahora vuelve Anselmo, al que, naturalmente, Lotario dice todo lo que quiere oír, por lo que queda tan contento y los nuevos amantes pueden seguir viéndose sin problemas ya que el mismo Anselmo propiciaba los encuentros.

Aprovecha Cervantes para ejercer sus dotes de poeta con un par de sonetos (ya hemos indicado que no era la poesía el "fuerte" de este autor que tan maravillosamente se expresa en prosa.

Pero Camila, por creencia y educación, no estaba satisfecha con la situación, y así lo comenta con la única que sabía lo que estaba sucediendo, preocupada por haber caído en los brazos de Lotario tan rápidamente, porque se suele decir, dijo Camila, que lo que cuesta poco se estima en menos. Leonela, su criada, intenta tranquilizarla, pero en esos coloquios vino a darse cuenta Camila de que corría peligro su honra si llegaba a saberse fuera de los muros de su casa, por lo que ayudaba a Leonela a recibir a su propio amante y los guardaba con todo sigilo para que Anselmo nada supiera.

El caso es que, puestos a enredar, la Fortuna hace de las suyas, y Lotario vio salir a un hombre tarde de la casa, ni siquiera pensó en Leonela, sino que inmediatamente lo asoció con Camila y cayó en el pensamiento de que de la misma manera que había sido fácil y ligera con él, lo era para otro; que estas añadiduras trae consigo la maldad de la mujer mala, que pierde el crédito de su honra con el mismo a quien se entregó rogada y persuadida, y crea que con mayor facilidad se entregó a otros, y da infalible crédito a cualquiera sospecha que desto le venga.

Así que, movido por los celos, no se le ocurre otra cosa que contarle a su amigo  que Camila ha comenzado "a hacerle caso" y que, aunque no ha habido aún nada, le aconseja: Finge que te ausentas por dos o tres días, como otras veces sueles, y haz de manera que te quedes escondido en tu recámara, pues los tapices que allí hay, y otras cosas con que te puedes encubrir te ofrecen mucha comodidad, y entonces verás por tus mismos ojos y yo por los míos lo que Camila quiere. Y si fuera la maldad, que se puede temer antes que esperar con silencio, seguridad y discreción podrás ser el verdugo de tu agravio. 

Al parecer, Lotario se dio cuenta de que había actuado mal, y quiso contar a Camila todo para que estuviera al tanto, pero antes de poderlo hacer, empezó ella a decirle: Sabed, amigo Lotario, que tengo una pena en el corazón, que me aprieta de suerte que parece que quiere reventar en el pecho, y ha de ser maravilla si no lo hace, pues ha llegado la desvergüenza de Leonela a tanto, que cada noche encierra a un galán suyo en esta casa, y se está con él hasta el día, tan a costa de mi crédito, cuanto le quedará campo abierto de juzgarlo al que le viere salir a horas tan inusitadas de mi casa; y lo que me fatiga es que no la puedo castigar ni reñir, que el ser ella secretario de nuestros tratos, me ha puesto un freno en la boca para callar los suyos, y temo que de aquí ha de nacer algún mal suceso.

Todavía se permitía Lotario dudar de esa verdad que Camila le contaba, pero al final prevaleció la preocupación y tristeza con que ella se franqueó con él y, arrepentido, no hubo más remedio que hacer frente a la situación y buscar una solución para salir del paso airosos... y fue ella... como naturalmente tiene la mujer ingenio para el bien y para el mal, más que el varón (puesto que le va faltando cuando de propósito se pone a hacer discursos), luego al instante halló Camila el modo de remediar tan al parecer irremediable negocio; y dijo a Lotario que procurase que otro día se escondiese Anselmo donde decía, porque ella pensaba sacar de su escondimiento comodidad, para que desde allí en adelante los dos se gozasen sin sobresalto alguno; y sin declararle del todo su pensamiento, le advirtió que tuviese cuidado, que en estando Anselmo escondido, él viniese cuando Leonela le llamase y que a cuanto ella le dijese, le respondiese como respondiera aunque no supiera que Anselmo le escuchaba.  

 Y como creo que es mucho más interesante leerlo tal y como fue, os dejo que terminéis de leerlo y saquéis así vuestras propias conclusiones. 

¡Seguimos!

 

martes, 4 de septiembre de 2012

Leyendo el "Quijote".1ª parte. Capítulo 33.

Capítulo trigésimo tercero
Donde se cuenta la novela del curioso impertinente

Habíamos dejado a nuestro caballero durmiendo, y a sus amigos en confortable sobremesa hablando sobre libros...

Todos conocemos (o deberíamos conocer) las maravillosas "novelas ejemplares" de Cervantes, y hemos ido viendo cómo se intercalan en esta obra novelas dentro de la novela principal principalmente narradas por sus propios protagonistas.

Pues bien, en este caso, se habla en tercera persona y se cuenta cómo En Florencia, ciudad rica y famosa de Italia, en la provincia que llaman Toscana, vivían Anselmo y Lotario, dos caballeros ricos y principales, y tan amigos, que por excelencia y antonomasia de todos los que los conocían, "los dos amigos" eran llamados.

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Estaba Anselmo enamorado, y pidió ayuda a su buen amigo para seguir los cánones de la época y solicitarla como esposa. Todo fue bien y la boda se celebró. Y considerando Lotario que debía dejar solos al nuevo matrimonio, comenzó a espaciar sus visitas, lo que en modo alguno pareció bien a su gran amigo.
Tantas quejas le dio porque hubiera cambiado las costumbres que tenían de solteros, que Lotario se comprometió a comer con ellos dos días por semana y los días de fiesta, aunque procuraba dilatarlo porque pensaba que no estaría bien visto y podría dar origen a maledicencias el que un hombre joven visitara tan a menudo una casa en la que vivía una mujer tan bella como Camila.

Así pasaba el tiempo hasta que un día Lotario le confiesa que a pesar de lo afortunado que era por posición, fortuna y matrimonio,, no era feliz, pues vivía con una preocupación: que no podía constatar que su mujer era buena y virtuosa mientras no pudiera demostrarlo viendo cómo se comportaba en una situación comprometida... Así que no se le ocurre otro modo de comprobarlo que pidiendo a Lotario el ver que si de ti es vencida Camila, no ha de llegar el vencimiento a todo trance y rigor, sino a sólo tener por hecho lo que se ha de hacer por buen respeto, y así no quedaré yo ofendido más de con el deseo, y mi injuria quedará escondida en la virtud de tu silencio, que bien sé que en lo que me tocare ha de ser eterno como el de la muerte;.

Naturalmente Lotario no podía creerse la locura de su amigo y se sintió indignado porque le pidiese algo tan en contra de su forma de ser como era el faltar al respeto debido a una mujer casada, máxime tratándose de la mujer de su mejor amigo.

Pero la locura y curiosidad de Anselmo llegaba hasta tal punto que a pesar de los buenos razonamientos y ejemplos que Lotario le dio, se vio obligado a decir que sí a sus requerimientos y prometió empezar a cortejar a Camila, su esposa.

Sin embargo, no se veía capaz de hacerlo por su condición de caballero, así que, aunque Anselmo les dejaba solos con cualquier excusa, él se limitaba a pasar el tiempo y contar a su amigo lo que le parecía para hacerle creer que le seguía en su locura y mantener la honra de su esposa.

Hasta le ofreció dinero para que la tentara con joyas... Y Anselmo se hallaba cada vez más apurado para poder mantener la farsa sin romper la promesa que su amigo le había arrancado.

El caso es que a Anselmo no le parecía suficiente con que su amigo le contase, y decidió esconderse para comprobar por sí mismo lo que trataban Lotario y Camila mientras estaban solos, y así pudo comprobar cómo Lotario se mantenía respetuosamente apartado de Camila, sin querer provocar ninguna situación incómoda.

Era tal la locura de Anselmo, que llegó a recriminar a Lotario por faltar a su promesa y a tacharle de mentiroso. Eso sirvió para excitar el amor propio del amigo que hasta entonces tan honesto y fiel había sido, y le llevó a dar a Anselmo su merecido, tentando a la Fortuna. Y así, Anselmo, para favorecer sus planes, se ausentó ocho días, ordenando a Camila que siguiera recibiendo en su casa y atendiera a Lotario como si de él mismo se tratara.

Afligióse Camila, como mujer discreta y honrada, de la orden que su marido le dejaba, y díjole que adviertiese que no estaba bien que nadie, él ausente, ocupase la silla de su mesa; y que si lo hacía por no tener confianza, que ella sabría gobernar su casa, que probase por aquella vez, y vería por experiencia cómo para mayores cuidados era bastante. Anselmo le replicó que aquel era su gusto, y que no tenía más que hacer que bajar la cabeza y obedecelle. Camila dijo que así lo haría, aunque contra su voluntad.
El caso es que, como bien dice el refrán: "el hombre es fuego y la mujer estopa, viene el diablo y sopla", y Lotario comenzó a interesarse por Camila de verdad y empezó a cortejarla...

Ella, como mujer honesta que era, ....

¡Seguimos!

lunes, 3 de septiembre de 2012

Leyendo el "Quijote". 1ª parte. Capítulo 32

Capítulo trigésimo segundo
Que trata de lo que sucedió en la venta a toda la cuadrilla de Don Quijote
Siguieron nuestros protagonistas y ya amigos el viaje, y llegaron a la venta que tan malos recuerdos traía a Sancho (aún le dolían las costillas de resultas del feroz manteo).

Les recibieron con alegría los huéspedes y la Maritornes, pero ya curada en salud, la ventera se preocupó de que cobrarían antes de ofrecer el mismo aposento a Don Quijote, aunque en mejores condiciones que la vez anterior. Cosa que tampoco echó mucho dever nuestro caballero, pues llegaba tan cansado que en seguida se durmió.

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Quedaron sus compañeros de viaje en cuadrilla tratando del feliz término de la aventura de Don Quijote, que ya veían cerca. Y elucubraron acerca de la conveniencia de seguir disfrazados o no ante él, dado que la ventera reconoció al barbero y reclamaba su cola, que éste usaba como barba. Convinieron en contar a Don Quijote una historia que le convenciera de la vuelta a su ser del barbero y la ventera quedó así tranquila.

Comienzan a hablar sobre la locura de nuestro caballero, al que no quisieron despertar por la necesidad de descanso que tenía, y -¡cómo no!- vuelven a relucir opiniones sobre los libros de caballería. Ocasión que nuestro auyot aprovecha para hacer un nuevo repaso de ellos a través de los libros que el ventero poseía.

El primero que abrió vio que era Don Cirongilio de Tracia, y el otro de Félix Marte de Ircania, y el otro la historia del Gran Capitán Gonzalo Hernández de Córdoba, con la vida de Diego Garcia de Paredes. Así como el cura leyó los dos títulos primeros, volvió el rostro al barbero y dijo: Falta nos hacen aquí ahora el ama de mi amigo y su sobrina. No hacen, respondió el barbero, que también sé yo llevarlos al corral, o a la chimenea, que en verdad que hay muy buen fuego en ella.

Con tanta vehemencia los defendía el ventero, que Dorotea comenta: "Poco le falta a nuestro huésped para hacer la segunda parte de Don Quijote. Así me parece a mí, respondió Cardenio, porque según da indicio, él tiene por cierto que todo lo que estos libros cuentan pasó ni más ni menos que lo escriben, y no le harán creer otra cosa frailes descalzos".

Y hablando de esos temas, llegan a un manuscrito: "Novela del curioso impertinente", que les intriga, por lo que piden al cura que la lea. Y preparando la lectura les dejamos...

¡Seguimos!

viernes, 27 de julio de 2012

Leyendo el "Quijote". Parte 1ª. Capítulo 4.

Capítulo cuarto
De lo que le sucedió a nuestro caballero cuando salió de la venta

Ya amanecía cuando nuestro flamante caballero, orgulloso de su "gran noche", cabalgaba de nuevo. Pero, ¡cómo no!, dando vueltas en su mente a los consejos del "castellano", decidió que era importante hacer lo que le había recomendado y volver a su casa a por dineros, ropa limpia y, sobre todo, un escudero.

En ésas estaba, cuando al pasar cerca de un bosque oyó quejidos lastimeros y vio la primera ocasión de practicar su oficio. Se dirigió hacia allí y vio "atada una yegua a una encina, y atado en otra un muchacho desnudo de medio cuerpo arriba, de edad de quince años, que era el que las voces daba y no sin causa, porque le estaba dando con una pretina muchos azotes un labrador de buen talle, y cada azote le acompañaba con una reprensión y consejo, porque decía: la lengua queda y los ojos listos. Y el muchacho respondía: no lo haré otra vez, señor mío; por la pasión de Dios, que no lo haré otra vez, y yo prometo de tener de aquí adelante más cuidado con el hato"

Imagen No lo pensó dos veces Don Quijote y se dirigió hacia el hombre que así maltrataba al joven (creyéndole caballero también por tener una lanza apoyada en el árbol junto a la yegua). El motivo del castigo era que el dueño del rebaño acusaba al chico de ser ladrón, ya que cada día le faltaba alguna oveja, mientras que el muchacho replicaba que hacía mucho que el hombre no le pagaba el salario prometido.

Quiso nuestro caballero hacer justicia mandando al chico, Andrés, que acompañase a su patrón, Juan Haldudo, a donde decía tener su dinero, aconsejándole que se fiara de su condición, a pesar de sus dudas, dándole su promesa de volver a castigarle si no cumplía. Y con la confianza que Don Quijote tenía en la palabra dada, siguió su camino muy satisfecho de cómo había solucionado el problema (enderezado el entuerto o deshecho el agravio).

En cuanto desapareció nuestro iluso protagonista, mientras pensaba él en lo bien que había actuado, el hombre volvió a atar al chico y siguió pegándole hasta que le pareció suficiente. Recomendándole cuando le soltó: "Llamad, señor Andrés, ahora, decía el labrador, al desfacedor de agravios, veréis cómo no desface aqueste, aunque creo que no está acabado de hacer, porque me viene gana de desollaros vivo, como vos temíades."

Juró el muchacho ir a buscar a Don Quijote porque todavía tenía edad de creer en caballeros, pero, entretanto, "él se partió llorando y su amo se quedó riendo.".

No hubo de andar mucho Rocinante, que era quien decidía el camino a seguir, cuando se cruzaron con unos mercaderes toledanos que iban a comprar a Murcia."Eran seis, y venían con sus quitasoles, con otros cuatro criados a caballo y tres mozos de mulas a pie.".

Como parece natural ya, pues vamos conociendo a nuestro protagonista, de nuevo atribuyó al grupo cualidades que no tenía, y parándose en mitad del camino les increpó: "todo el mundo se tenga, si todo el mundo no confiesa que no hay en el mundo todo doncella más hermosa que la emperatriz de la Mancha, la sin par Dulcinea del Toboso.".

Cervantes, viajero infatigable por su trabajo como recaudador y por su propio carácter, era buen conocedor de las gentes que poblaban los caminos y así, a lo largo de la obra, nos los va retratando como gente sencilla pero socarrona, dispuesta siempre a pasar un buen rato a costa de quienquiera que se atreviera a hacerles frente, si en broma, por broma, si de veras, por orgullo y porque era gente acostumbrada a las peleas. Así que tantearon al caballero diciéndole que les enseñara tan gran hermosura, que no tendrían ningún problema en reconocerla si así era.

Planteó Don Quijote, con su aplastante lógica: "¿qué hiciérades vosotros en confesar una verdad tan notoria? La importancia está en que sin verla lo habéis de creer, confesar, afirmar, jurar y defender; donde no, conmigo sois en batalla, gente descomunal y soberbia: que ahora vengáis uno a uno, como pide la orden de caballería, ora todos juntos, como es costumbre y mala usanza de los de vuestra ralea, aquí os aguardo y espero, confiado en la razón que de mi parte tengo."

Hay que reconocer que, aparte de fanfarrón, gustaba nuestro caballero de meterse en jaleos, porque a pesar de que quisieron convencerle, "arremetió con la lanza baja contra el que lo había dicho, con tanta furia y enojo, que si la buena suerte no hiciera que en la mitad del camino tropezara Rocinante, lo pasara mal el atrevido mercader. Cayó Rocinante, y fue rodando su amo una buena pieza por el campo, y queriéndose levantar, jamás pudo: tal embarazo le causaba la lanza, espuelas y celada, con el peso de las antiguas armas" y aun así, tirado en el suelo, exclamaba: "non fuyáis, gente cobarde, gente cautiva, atended que no por culpa mía, sino de mi caballo, estoy aquí tendido." Sin duda era demasiada altanería, así que uno de los mozos de mulas, no sólo le partió la lanza, sino que aprovechó los pedazos, al ver que ni aún así se callaba, para dejarle tan molido "como cibera" (Residuo de los frutos después de exprimidos.).

Imagen Cuando el mozo se cansó y todos se fueron, Don Quijote, que si no había podido levantarse cuando cayó de Rocinante, menos podía ahora después de la paliza, aún supo sacar sus propias conclusiones a lo que había pasado "Y aún se tenía por dichoso, pareciéndole que aquella era propia desgracia de caballeros andantes, y toda la atribuía a la falta de su caballo"

¡Seguimos!