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miércoles, 21 de febrero de 2018

Garabateando.- 'Para ser novelista', de John Gardner.

Seguimos leyendo y aprendiendo de 'los buenos' para conseguir que  nuestros garabateos mejoren, siempre que las  musas estén a nuestro favor.
Ya venimos viendo que el común de los que escriben sobre el tema opina que el escritor nace, y luego se hace.
 En ello estamos, y siguiendo los consejos de lectura que vimos en este artículo vamos a entresacar las mejores líneas de 'Para ser novelista', ensayo de 199 páginas.

Una crítica sobre esta obra:
«John Gardner acumuló durante su vida más de veinte años de experiencia docente y se nota, porque sabe responder exactamente a las preguntas que con toda probabilidad hará cualquier escritor en cierne, es decir: ¿Cómo saber si se tienen las cualidades necesarias para el oficio? ¿Qué estudios se necesitan? ¿Cuáles son los entresijos del proceso de creación y publicación de una novela?... Para quienes deseen conocer las respuestas, leer este libro constituirá una auténtica satisfacción.»
(Anne Tyler, Baltimore Sun).

Vamos allá:

- No es del todo cierto que todo escritor tenga un agudo sentido del ritmo de la frase -la música del lenguaje- o de las connotaciones y del registro lingüístico (ámbito de uso) de las palabras. Hay grandes escritores que lo son a pesar de sus ocasionales deslices: frases malsonantes, metáforas inadecuadas e incluso empleo disparatado de palabras. [...] Pero aunque algunos grandes escritores escriban a veces con torpeza, está claro que uno de los rasgos del escritor nato es su aptitud para encontrar o (a veces) inventar maneras interesantes de decir las cosas.[...] El escritor con sensibilidad para el lenguaje sabe encontrar sus propias metáforas no sólo porque se le ha enseñado a evitar los tópicos, sino porque disfruta buscando la metáfora gráfica y precisa, la que, por lo que él sabe, nunca se le ha ocurrido a nadie. 

 - El talento sólo si no existe es imposible de cultivar. Bueno, normalmente. Por otro lado, si al leer comenzamos a sospechar que al escritor sólo le interesan las palabras, ello nos hace temer por su suerte como tal. Las personas normales, quienes no han sido víctimas de una mala enseñanza universitaria, no leen novelas únicamente por leer palabras. Abren una novela esperando encontrar una historia, confiando en que aparezcan personajes interesantes, posiblemente algún paisaje atrayente aquí y allá y, como mínimo, alguna que otra idea -y un abundante y sugestivo cargamento de ideas como máximo-. Aunque hay excepciones, la principal preocupación del buen novelista, por regla general, no es la brillantez lingüística -por lo menos, en su forma más llamativa y evidente-, sino contar su historia de forma que provoque reacciones en el lector, que le haga reír o llorar o sentirse intrigado, lo que sea que dicha historia concreta, explicada de la mejor manera posible, le incite a hacer.

-  Generalmente, el escritor que se preocupa más de las palabras que de la historia (personajes, acción, escenario, ambiente) no consigue crear ese sueño vívido y continuo: se estorba demasiado a sí mismo; embriagado de poesía, no distingue el grano de la paja. [...]
El escritor interesado principal o exclusivamente en el lenguaje está mal equipado para escribir novelas porque no posee el carácter y la personalidad que se requiere para ello. Por «carácter» me refiero a lo que a veces se denomina la naturaleza «inscrita» del individuo, a su yo innato; por «personalidad» aludo a la suma de rasgos típicos que se advierten en su manera de relacionarse con los que le rodean. En otras palabras, mi intención es distinguir entre el yo interno y el externo. 

 - Hay dos cosas que pueden hacer que el lector siga adelante: argumento e historia (y ambas están presentes, poco o mucho, en la buena ficción).
- Nadie que vea la realidad de forma distorsionada puede escribir buenas novelas, porque al leer comparamos los mundos ficticios con el real. La ficción creada por quienes adoptan en la vida actitudes que nos parecen infantiles o tediosas cansa enseguida.
- Lo único que hay que hacer es saber exactamente lo que se pretende decir -por ejemplo diciéndolo y revisando después lo dicho, para saber si realmente dice lo que se pretendía- y seguir trabajándolo, jugando con el lenguaje, hasta corregir todo aquello a lo que creamos que se le pueda poner objeciones.

- Si el escritor prometedor sigue escribiendo -escribe día tras día, mes tras mes- y lee muy atentamente, empezará a «cogerle el truco». Llegar a este punto es tan importante en el arte como pueda serlo en el atletismo. Las ciencias prácticas, entre las que se cuenta la ingeniería verbal que permite escribir novela comercial, se pueden enseñar y aprender. El arte, hasta cierto punto, también; pero, exceptuando ciertas cuestiones de técnica, el arte no se aprende, simplemente se le coge el truco.

-  Otro indicador del talento del joven escritor es su perspicacia. El buen escritor ve las cosas con agudeza, con realismo, con precisión y con criterio selectivo (es decir, sabe escoger lo importante), y no necesariamente porque tenga por naturaleza mayor poder de observación que los demás (aunque con la práctica lo adquiere), sino porque tiene interés en ver las cosas con claridad y escribirlas con rigor. 

- Hay otro tipo de planteamiento que requiere un tipo de perspicacia más elevada, que exige ser preciso de una forma, para mí, infinitamente más difícil. Me refiero al novelista capaz de meterse en la piel de sus personajes.[...] Tiene que ser capaz de dar a conocer de forma precisa y convincente cómo ve el mundo un niño, una joven, un asesino entrado en años o el gobernador de Utah. [...] Una vez admitido que el novelista tiene que ser capaz de abogar por toda clase de personas, de ver por sus ojos, de sentir por sus nervios, de aceptar sus más arraigadas opiniones, por estúpidas que sean, como hechos manifiestos (para ellas), se trata simplemente de comenzar a hacerlo; y a fuerza de insistir en ello -de releer, de volver a reflexionarlo, de revisarlo minuciosamente- se acaba haciéndolo bien.... [...] Hay mil maneras de estar triste, feliz, aburrido o malhumorado, y el adjetivo abstracto no dice casi nada. El ademán preciso, sin embargo, refleja con toda exactitud el único sentimiento que corresponde al momento. A esto es a lo que se refieren los profesores de literatura cuando dicen que hay que «mostrar» en lugar de «decir», A esto y a nada más, habría que añadir.

Realmente se trata de un escrito interesante, que penetra en las entrañas de las inquietudes de cualquier escritor novel y está repleto de buenas apreciaciones que lo hacen difícil de extractar (sería muy largo). Está a vuestra disposición en epub o pdf.