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viernes, 24 de agosto de 2012

Leyendo el "Quijote". 1ª parte. Capítulo 26

Capítulo vigésimosexto
Donde se prosigue las finezas que de enamorado hizo Don Quijote en Sierra Morena

Imagen Y volviendo a contar lo que hizo el de la triste figura después que se vio solo, dice la historia que así como Don Quijote acabó de dar las tumbas, o vueltas de medio abajo desnudo, y de medio arriba vestido, y que vio que Sancho se había ido sin querer aguardar a ver más sandeces, se subió sobre una punta de una alta peña, y allí tornó a pensar lo que otras muchas veces había pensado, sin haberse jamás resuelto en ello, y era que cuál sería mejor y le estaría más a cuento, imitar a Roldan en las locuras desaforadas que hizo, o a Amadís en las melancólicas.

En estas reflexiones se dio cuenta de que su dama Dulcinea jamás le había dado motivo - como Angélica a Roldán- para volverse loco por haberle engañado, mientras que el motivo de que Amadís se retirase a unas peñas fue la prohibición de su amada Oriana de volver a verla hasta que ella le llamase... Pensó Don Quijote que, ausencia por ausencia, obligada o no, bien podía él también llorar y rezar por la de su amada Dulcinea, por lo que así se entretenía paseándose por el pradecillo, escribiendo y grabando por las cortezas de los árboles y por la menuda arena muchos versos, todos acomodados a su tristeza, y algunos en alabanza de Dulcinea. Versos como:
Hirióle amor con su azote,
No con su blanda correa,
Y en tocándole el cogote,
Aquí lloró Don Quijote
Ausencias de Dulcinea del Toboso.


Pasó así tres días, los que tardó Sancho en volver, lamentándose y con hierbas como único sustento. Pero veamos mientras tanto qué fue de Sancho:

En su camino hacia el Toboso, pasó por la venta donde había sido manteado, y pensando estaba si vencer su miedo y arriesgarse a entrar, motivado por su necesidad de tomar algo caliente, cuando vio salir de ella al barbero y el cura, amigos de D. Quijote, que ya conocimos cuando la quema de los libros. El caso es que, como es natural, se interesaron por dónde y cómo estaba nuestro caballero, mientras Sancho intentaba no dar demasiada información, hasta que le amenazaron con creer que él había matado y robado a su señor. Como no podía ser de otro modo, Sancho les explicó lo que querían saber y quedó el cura encargado de pasar la carta del librito al papel, como había encargado D. Quijote.

Sin embargo, el librito no aparecía y Sancho se desesperaba, no tanto por la carta, que la sabía casi por completo, como por el encargo que su amo hiciera para que su sobrina entregara monturas a su criado. Tranquilizaron a Sancho y el hombre empezó a hacer memoria de lo que la carta decía:
Imagen
por Dios, señor licenciado, que los diablos lleven la cosa que de la carta se me acuerda, aunque en el principio decía: Alla y sobajada señora. No dirá, dijo el barbero, sobajada, sino sobrehumana, o soberana señora. Así es, dijo Sancho: luego, si mal no me acuerdo, proseguía, el llagado y falto de sueño, y el ferido besa a vuestra merced las manos, ingrata y muy desconocida hermosa; y no sé que decía de salud y de enfermedad que le enviaba, y por aquí iba escurriendo, hasta que acababa en: Vuestro hasta la muerte, el caballero de la Triste Figura.

Dedujeron, por las palabras de Sancho, hasta qué punto se había contagiado de los delirios de su señor, y no queriendo él entrar en la venta por sus miedos, aprovecharon barbero y cura para diseñar una estratagema que sin duda convencería a Don Quijote y serviría para hacerle regresar...

dijo al barbero que lo que había pensado era: que él se vestiría en hábito de doncella andante, y que él procurase ponerse lo mejor que pudiese como escudero, y que así irían adonde Don Quijote estaba, fingiendo ser ella una doncella afligida y menesterosa, y le pediría un don, el cual él no podría dejársele de otorgar como valeroso caballero andante y que el don que le pensaba pedir era que se viniese con ella, donde ella le llevase, a desfacelle un agravio que un mal caballero le tenía hecho, y que le suplicaba ansimesmo que no la mandase quitar su antifaz, ni la demandase cosa de su facienda hasta que la hubise hecho derecho de aquel mal caballero; y que creyese sin duda que Don Quijote vendría en todo cuanto le pidiese por este término, y que desta manera le sacarían de allí y le llevarían a su lugar, donde procurarían ver si tenía algún remedio su estraña locura.

¡Seguimos!

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